jueves, 21 de junio de 2018

Sexualidad, radio y comunidad: lo que se debe considerar

Lucano Romero Cárcamo Teziutlán, Puebla


Cuando niña, a Laura Santiago, de piel morena y en aquel entonces con cabello trenzado, rematado con listón blanco, la maestra de sexto grado de primaria le sentenció: “Te toca ir atrás de las demás niñas, ellas abrirán el bailable”. Sin más explicaciones de su maestra, Laura Santiago no comprendía por qué en los festivales de la escuela se le asignaba el último lugar pese a que siempre obtenía calificaciones altas y era una de las mejores atletas en la clase de educación física; “como todos los días tenía que ayudar a mi mamá a ir por la masa para hacer las tortillas y después llevar la comida a mi papá, de tanto que caminaba de un lugar a otro eso me ayudó a tener más resistencia que mis compañeros para correr o cargar cosas”. Laura Santiago relata este capítulo de su infancia fuera de su casa en la Junta Auxiliar de Atoluca, perteneciente al municipio de Teziutlán, Puebla, donde ha radicado toda su vida. Actualmente dedica los fines de semana al cultivo de maíz y la cría de gallinas, mientras que de lunes a viernes labora en un taller de costura. “Fui una niña muy callada, yo no me sentía tan bien como era. Mírame: tengo los labios anchos, los ojos grandes, ya me puse más morena, mis manos están maltratadas, desde chica he trabajado”. Pero pasó de ser una niña callada a una enérgica, a veces violenta. “Había niños que me jalaban de las trenzas. Las niñas no me dejaban jugar con ellas porque decían que yo parecía niño porque no me gustaban las muñecas. No me dejé, a veces les pegaba, si no a la que le pegaban era a mí, porque llegaba a la casa llorando y mis papás me regañaban porque no sabía defenderme”. Laura Santiago tuvo que asumir lo que, desde su nacimiento, ya estaba escrito para ella: obedecer y comportarse como mujer. “A mí me gustaba subirme a los árboles, correr. Los vestidos y las faldas casi no me gustan porque tienes que andarte cuidando de que no te vean los calzones, pero no me quedó de otra más que atenerme a lo que mis papás me decían y en la escuela también”. Laura Santiago creció en un ambiente social incuestionable: las mujeres han estado esquematizadas a las labores domésticas, casarse o juntarse con su pareja, así como parir y cuidar de los hijos, no decidir por sí mismas. Actividades como servir al padre y los hermanos eran –y son- normas establecidas que las niñas, adolescentes y jóvenes solteras debían cumplir y estar preparadas para el matrimonio, situación que llega antes de rebasar los 18 años. “Ya no seguí estudiando, terminé la secundaria y con mis demás hermanos nos pusimos a ayudar a mis papás con la siembra, las gallinas. Ya cuando conocí a mi marido, habló con mis papás, o sea, fuimos novios y pues ya (Ríe). Luego me embaracé y aquí andamos, viendo a los chamacos a ver qué quieren hacer de su vida”.